La violencia está presente en diversos ámbitos de nuestra vida, uno de ellos es la escuela. La convivencia dentro de cada grupo humano requiere de ciertas reglas de conducta conocidas por todos y todas para favorecer una sana convivencia y de abordar de manera oportuna las necesidades de apoyo que presentan los diferentes estudiantes, de manera de prevenir situaciones sistemáticas de exclusión y agresión. Se debe fomentar la resolución de conflictos no violenta, además de generar medidas que permitan integrar a la diversidad de niños, niñas y adolescentes.
Quien vive la violencia en otros ámbitos de su vida, familiar o barrial, tenderá a reproducir las formas violentas de relacionarse, no sólo afectando a aquellos más vulnerables, sino que también a la comunidad en general que normaliza esas formas de relacionarse y entrega patrones equivocados de conducta a quienes están en formación.
Esa exclusión, ya sea por ser víctima o agresor, impacta en su socialización primaria generando, tanto desescolarización, como estigmatización. Ambos fenómenos instalarán en el educando una imagen negativa de sí mismo y su valor, integrando como propia la mochila de la exclusión y no logrando conocer mecanismos de resolución de conflictos por una vía distinta a la violencia, generando un ciclo de reproducción de relaciones violentas en todos los miembros de la comunidad educativa.
Hoy, uno de los mayores retos para las organizaciones que trabajamos en la prevención, promoción y protección de derechos de niños, niñas y adolescentes, es poder retomar este vínculo entre el joven y la escuela, generando una habilitación para que quienes han vivido la experiencia de exclusión y rezago escolar crónico, para que valoren los espacios educativos como espacios acogedores, independiente de las diferencias o trayectorias educativas.
Carolina Díaz Carrasco, Abogada Área Proyectos Corporación Opción