El proyecto de ley de garantías de la niñez ha venido a recordar por qué nuestro país tiene una deuda con la infancia. Pareciera que algunos adultos olvidan que los niños y niñas son personas. Sí, se lee ridículo, pero el tenor de la discusión de estos días parece indicar que hay quienes sostienen que los niños y niñas carecen de esa calidad. Ha causado revuelo que este proyecto reconozca el derecho a reunión a los menores de 18 años. ¡Como si aquello fuera una gran innovación! Nuestra Constitución reconoce tal derecho a todas las personas, sin fijar la mayoría de edad como requisito para ejercerlo, básicamente porque se trata de derechos humanos universales, indivisibles, irrenunciables y respecto de los cuales niños, niñas y adolescentes son titulares también.
¿Por qué una discusión, en apariencia, tan sencilla cuando se trata de adultos, resulta tan polémica cuando hablamos de niños y niñas? Quizás porque, a pesar de los discursos, nuestra comunidad sigue negándose a reconocerles capacidad y titularidad a quienes no son del club de la adultez. Da la impresión de que los principios que impulsaron la Revolución Francesa, la formación de los Estados y las bases para las democracias actuales, aún no hubieran llegado para los niños, niñas y adolescentes.
Algunos insisten en que los niños carecen de racionalidad, que solo deben obediencia a sus padres y tendrán verdaderos y completos derechos cuando sean como nosotros: adultos. Sin embargo, estamos quienes creemos que su reconocimiento como sujetos titulares de derechos es un requisito indispensable para la construcción de una sociedad más justa y fraterna.
*Consuelo Contreras, Fundadora de Corporación Opción