Este 30 de julio se conmemora el Día Internacional Contra la Trata, flagelo que constituye una grave violación a los derechos humanos, en que las personas son consideradas un objeto, cosificadas como una mercancía, victimizando en especial a mujeres y niñas (Informe 2016, UNODC), en su mayoría, con fines de explotación sexual. La Trata es considerada el tercer negocio más lucrativo a nivel mundial. Se considera un delito en Chile desde el año 2011 (ley 20.507) y consiste en captar, trasladar, acoger o recibir a una persona mediante violencia o engaño, para someterla a explotación sexual, pornografía forzada, mendicidad y/o trabajos forzados, servidumbre, uso de niños para la extracción de órganos o contextos de guerra (niños soldado).
A nivel mundial, así como en nuestro país, la trata suele ser muy invisibilizada, siendo un delito de escasa detección y condena. El actual contexto de pandemia, no ha hecho más que acentuar dicha situación, dificultando su persecución y erradicación. Las condiciones de vida de las personas se han visto fuertemente afectadas, acrecentando las desigualdades y creando una crisis humanitaria. Si bien, se ha visto restringida la libertad de movilidad, limitando las posibilidades de migrar para quienes se ven en la necesidad de buscar mejores horizontes, lo cierto es que las redes de trata y explotación que se benefician de las condicionantes descritas, se adaptan utilizado vías alternativas, diversificando la “estrategia de negocio” (UNODC 2020).
Tal como se ha visto en la experiencia del programa ESCI OPCIÓN, la trata de niños, niñas y adolescentes con fines de Explotación Sexual, se mantiene activa desde las redes sociales y el uso de dispositivos como celulares o computadores, burlando barreras legales con las que cuentan diferentes países para detectarla. Dicha experiencia también nos ha mostrado la relevancia de explorar no solo las trayectorias de vida –en cuanto a historia familiar, de vínculos afectivos, de relaciones con pares y escolares- sino también, las trayectorias de movilidad –como cambios geográficos tanto intra como trans regional-, estableciendo rutas que muchas veces se mantienen inexploradas e invisibilizadas, no solo por los servicios sociales y organismos encargados de su detección, sino también por la mismas víctimas dada la imposición del secreto, del miedo a denunciar, o ser denunciado y devuelto al país de origen. La trata y sus redes fomentan la sensación de soledad, promueven el temor hacia las instituciones del país de acogida, refuerzan el silencio en las víctimas, su aislamiento y la imposibilidad, por tanto, de que otros vean el propio sufrimiento.
Lorena Bojanic, Coordinadora de Proyectos de Corporación Opción